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Channel: Comentarios en: Las desventuras del príncipe Sternenhoch – Ladislav Klíma
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Por: Miguel

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Decir que algo diferente a la curiosidad ha sido lo que me ha llevado hasta “Las desventuras del príncipe Sternenhoch” sería falso. Mi primera reacción a la lectura de la reseña hace ya algún tiempo fue de asombro, un asombro que se hizo extensivo no sólo a la obra comentada sino también a la propia figura de Ladislav Klíma, su autor. Indagando más sobre él, descubrí que lo allí apuntado no era nada más que la punta de un enorme iceberg, el de su compleja personalidad: alumno brillante en la primera juventud, a los diecisiete años fue expulsado del “gimnasio”, y de todas las escuelas de Austria, por insultar al Estado, la Iglesia y los Habsburgo; individualista extremo, – su novela destila, precisamente, algo de esta radicalidad: “Soy. Y no algo, sino todo”, “Nada existe fuera del Yo” o “El ser humano ha de ser Dios, lo que resta de la humanidad no es más que mierda” -, llegó hasta a afirmar que “el mundo no es nada, solo una mera ficción”,… Pero más allá de su pensamiento filosófico o de sus extravagantes gustos gastronómicos, hubo una cosa que caló profundamente en mí, algo que es muy difícil de hallar, – el ser humano lo procura desterrar, amontonándolo con los trastos inservibles -, me refiero, llámese como quiera, a los principios, a la honestidad, a la fidelidad a un ideario. Hoy, no son nada más que lastres, no dan dinero, no ayudan a comer, aunque nuestros abuelos se empeñaran antaño en que eran tan imprescindibles como el mismo respirar; Klíma, en cambio, vivió, o mejor podríamos decir malvivió, apegado a ellos: renunció a cualquier tipo de educación convencional, rehuyó trabajos estables, se mantuvo ajeno al mundo que negaba,… Sus peripecias habrían encajado en cualquier novela de Robert Walser, era el prototipo perfecto del personaje “walseriano”.

Y de una personalidad como la del autor checo no podía surgir sino un libro como “Las desventuras del príncipe Sternenhoch”. Después de leerlo, y dejando aparte todos los calificativos que quieran otorgársele, – por muy exagerados que sean ninguno le hará suficiente justicia -, no sé si catalogarlo como los desvaríos de un orate o los destellos de una mente lúcida, ambas cosas coexisten a lo largo de la historia de Hellmut Sternenhoch y Helga – Daemona.

El espíritu guasón que acompaña toda la novela ya asoma al inicio del prefacio: “…Por otra parte, nos hemos permitido numerosas licencias. Ante todo, hemos intelectualizado en gran medida a nuestro paladín. Ha resultado imprescindible. Su Alteza Serenísima andaba bastante a la greña con la pluma…”. De todas maneras al paladín, o a su Alteza Serenísima según el gusto, no hay licencia alguna que le posibilite cualquier clase de redención, es el personaje más cobarde, mísero, ruin y traicionero que la literatura haya albergado jamás en su seno. Y a pesar de ello, el lector no puede dejar de sentir una desmedida simpatía por el tipejo en cuestión.

La obra de Klíma, mezcla de novela gótico – satírica, rezuma, por otra parte, un pesimismo y una mala baba atroz, – su crítica contra el poder en el relato del encuentro del protagonista con el káiser Guillermo II, “Willy” para los amigos, es caustico y soez a partes iguales -, pero reúne también principios filosóficos que, aunque puedan aturullar algo a los neófitos en estos temas, – entre ellos, por desgracia, me incluyo yo -, no dejan de ser interesantes para comprender la forma de pensar del autor checo. Y es que si el príncipe Sternenhoch recalca la irrealidad del mundo exterior y la importancia del Yo, Daemona muestra, en infinidad de ocasiones, la única fuerza y ley que todo lo puede: la Voluntad del ser humano. Gracias a ella consigue escapar, precisamente, del Averno y de sus atroces torturas.

Son las andanzas de este príncipe tan particular una novela disparatada y divertida a partes iguales, distinta a todo, con la que podemos pasar unas buenas horas de lectura. Sin conocer la particular idiosincrasia de su autor más de uno diría que ha sido escrita por un trastornado, pero no olvidemos que sólo los niños, los borrachos y los locos dicen siempre la verdad.

Cordiales saludos a los seguidores de solodelibros


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